Mientras el mundo se enfrenta al apocalipsis, un grupo de viejos amigos se reúne para celebrar la Navidad en una idílica casa de campo en Reino Unido.
Incomodados por la idea de la inevitable destrucción de la humanidad, deciden afrontar la situación con tranquilidad, abriendo otra botella de Prosecco y continuando con la celebración. Pero, por mucho que quieran fingir normalidad, tarde o temprano, tendrán que hacer frente a la idea de que es su última noche.
¿Qué harías en el fin del mundo? Es la pregunta que nos plantea esta cinta que se trata de uno de los mejores ejercicios de ciencia ficción recientes. Aquí la directora Camille Griffin aplica la pregunta a un grupo de amigos británicos con diversos grados de privilegio. Son miembros de la clase alta y sus ideas sobre su riqueza, seguridad y empatía general por el resto de la humanidad están bajo escrutinio.
En esta película apocalíptica no hay zombies ni asteroides, son los años de negligencia los que tienen como resultado estos hechos, el gobierno notifica que a la mañana siguiente un gas nocivo descenderá sobre el planeta y matará a todos. Aunque la película tiene sus debilidades en la trama o la lógica alrededor de este hecho, la premisa permite que a la directora usar la película con fines más filosóficos.
Hay que poner atención en los niños, son ellos quienes tienen opiniones divergentes sobre el fin de la sociedad, algunos más conspiradores que otros, y están dispuestos a participar en un debate apasionado y acalorado.
El director de fotografía Sam Renton añade con su trabajo tensión a estos momentos acalorados utilizando primeros planos de las caras de todos. Las discusiones podrían haber usado más peso para enfatizar lo que está en juego en estas horas finales, pero el esfuerzo en el guion es notable.
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