Sobre las aguas del río Misisipi surca a gran velocidad el Sueño del Fevre, un barco a vapor de ostentosa elegancia, refugio de algunas criaturas nocturnas que buscan, frenéticas, la voluptuosa belleza de la muerte. Inscrita en la tradición de novelas como Entrevista con el vampiro, de Anne Rice o Drácula, de Bram Stoker, Sueño del Fevre es una de las narraciones de vampiros más singulares del género que ha destacado por su deslumbrante recreación histórica de los años previos a la Guerra Civil en Estados Unidos y por aportar una nueva visión sobre la inmortalidad. Es, sobre todo, un relato trepidante que alterna toques precisos de humor y melancolía; es decir, una obra maestra.
En esta segunda novela en solitario, publicada en 1982, George R. R. Martin retrata la profunda amistad entre dos personajes tan opuestos como entrañables: Abner Marsh, un capitán de barco en quiebra, y el misterioso caballero Yoshua York. La sociedad que forman, financiada por York, resulta en la construcción del majestuoso Sueño del Fevre. A cambio de esta oportunidad, York le pide a Marsh absoluta discreción con respecto a su vida privada. Pero el capitán no tiene idea de lo que se avecina a bordo de esta nave condenada ni de los peligros que acechan a su tripulación.
FRAGMENTO
A falta de romanos, de Cruzadas, de Edad Media, de Renacimiento y de Ilustración europea, cuando los escritores estadounidenses buscan un marco histórico, capaz de dar profundidad y contraste casi a cualquier tipo de relato, eligen el Antebellum sudista. Del latín, “antes de la guerra”: los años que van desde la independencia estadounidense hasta el inicio de la guerra de Secesión, en 1861. Es la era de la máquina de vapor, que transforma un continente salvaje al tiempo que crece la distancia económica e ideológica entre dos formas de ver el mundo: el Norte abolicionista, que vive del comercio y las fábricas; el Sur esclavista, que vive de la mano de obra negra y del blanco algodón. El destino del Antebellum y su inevitable desenlace fue como el de una falla sísmica: dos enormes placas tectónicas que chocan bajo la superficie, acumulando grandes cantidades de energía de forma silenciosa, hasta que un día esa fuerza se libera y provoca el terremoto: la guerra civil. En ese lugar y en ese tiempo, el Sur esclavista de los años previos a la guerra de Secesión, se encuentra el mundo que escoge George R. R. Martin para una obra tan deliciosa como un cuello palpitante. No desvelo nada que estropee la trama: Sueño del Fevre es una novela de vampiros, sí. Aunque quedarse en eso sería tan simple como definir Lo que el viento se llevó como una historia romántica o Las aventuras de Tom Sawyer como una novela juvenil. Martin vertebra su narración alrededor del mismo Misisipi que hizo aún más grande Mark Twain, un río que disuelve los cascos de los buques en pocos años, casi a la misma velocidad a la que devora a las personas. Es el sitio ideal para contar una historia sobre la pugna entre la tecnología y lo animal, entre el logos y el mito, que es la esencia de las buenas novelas de vampiros desde el Drácula de Stoker. La trama toma el Misisipi a bordo del Sueño del Fevre, un barco lujoso, el más rápido, el más bello. En él, como si fuese una reproducción a escala de la sociedad sudista, conviven los pasajeros de cubierta, apiñados sin derecho a cama a cambio de un dólar por el trayecto, con los ricos que viajan a todo lujo, como si nunca hubiesen salido del mejor hotel de Nueva Orleans. Los pasajeros notables emulan las formas y los gustos de la aristocracia del viejo mundo; hay arañas de cristal, terciopelos y hasta un piano de cola a bordo. Pero, probablemente, si un hipotético noble de París hubiese visitado alguno de esos lujosos vapores, su impresión no habría sido muy distinta de la que hoy provocan los hoteles de Las Vegas a un turista europeo. Sobre esos dos mundos, el de los ricos terratenientes que emulan a la vieja Europa frente al de los esclavos negros traídos de África, Martin construye una nueva casta, la de los vampiros, que en el fondo reproduce la misma relación vertical. En la novela, los negros son a los blancos sudistas lo que los blancos a los bebedores de sangre. “Su nación está dividida por la cuestión de la esclavitud, una esclavitud que basan en el color de la piel”, dice Julian, uno de los vampiros. “Imagínese que pudiera poner fin a eso, que pudiera hacer que todos los blancos se volvieran al instante negros como el carbón. ¿Lo haría?” Julian se burla y saca a la luz esas contradicciones: “Hasta sus abolicionistas reconocen que los de piel oscura son inferiores. No tolerarían que un esclavo se hiciera pasar por blanco y les repugnaría que un blanco bebiera una pócima para volverse negro”. Las mismas contradicciones infectan a los vampiros. “Yo me alimento del ganado, no huyo de él”, afirma también Julian en otro pasaje. Habla de sus víctimas eliminando su condición humana, con la misma indiferencia con que el esclavista subasta a una atractiva mulata y la desnuda ante los compradores, como si enseñase los dientes de un caballo para demostrar que el animal vale todo lo que cuesta. Al mismo tiempo, la admisión de que pueda ser necesario huir del “ganado” contrasta con la propia fanfarronería de la frase; desvela otra realidad y un miedo siempre presente: que los esclavos, como los humanos, son muchos más, que son mayoría. Que nada podría frenarlos si llegara el día en que se rebelaran contra los abusos de sus amos. Pero el gran paralelismo que dibuja Martin sobre la esclavitud y los vampiros cobra especial relevancia en el papel del cómplice necesario, del esclavo con látigo. De hecho, este personaje y sus conflictos morales son los verdaderos protagonistas de Sueño del Fevre. Su suerte, sus deseos y su evolución, como en todos los personajes de las novelas de George R. R. Martin, siempre acaban siendo extraordinariamente coherentes y deliciosamente impredecibles.
SOBRE EL AUTOR
George R. R. Martin vendió su primer relato en 1971 y desde entonces se ha dedicado profesionalmente a la escritura. En novelas como Muerte de la luz (1977), Refugio del viento (1981), Sueño del Fevre (1982) o Los viajes de Tuf (1987) cultivó los géneros fantástico, de terror y la ciencia ficción, que también frecuentó en sus numerosos relatos. En la década de los ochenta purgó sus pecados trabajando en Hollywood, como guionista y productor, en los nuevos episodios de La dimensión desconocida y en la serie La bella y la bestia, así como en películas y episodios piloto que jamás vieron la luz. A mediados de la década de los noventa volvió a la narrativa, su primer amor, y empezó su saga de novelas de fantasía épica Canción de Hielo y Fuego, de las que hasta ahora se han publicado: Juego de tronos, Choque de reyes, Tormenta de espadas, Festín de cuervos y Danza de dragones. A este ciclo también pertenecen las novelas cortas «El caballero errante», «La espada leal» y «El caballero misterioso», compiladas en El caballero de los Siete Reinos.
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