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Recomendación de libros: "El niño que fuimos" de Alma Delia Murillo




SOBRE LA NOVELA El 11 de septiembre es una fecha marcada en el destino de Román, Óscar y María. Una ciudad, una hora, serán las coordenadas de identidad, el día que se conocieron en el Internado Número Uno Gertrudis Bocanegra del Lazo de la Vega. Huérfanos de padre, se hicieron familia y cómplices de vida. Se apoyaron mutuamente hasta que el destino los separó entrada la adolescencia. Solamente Román, sin padre ni madre, continuó en el internado hasta terminar la secundaria. Y él será, 20 años después, el punto de encuentro que los reúna, también un 11 de septiembre. Tres personalidades distintas y complementarias: María, de carácter dominante y decidido; Román, tímido sin llegar a ser cobarde y Óscar, el sabelotodo del grupo, lector incansable y audaz. Juntos hacen pactos y alianzas, comienzan a descubrir el mundo. Cada noche, según guía María, los tres se escapan del internado para merodear los alrededores, las calles serenas de la colonia Del Valle del Distrito Federal. En su andar se adueñan de un perro callejero, Trapo, lo bautiza María, será su mascota nocturna y una especie de manso Caronte que los llevará de la niñez a la adolescencia. En El niño que fuimos, Alma Delia Murillo retrata con detalle los miedos de la infancia, el mundo del internado y la marca indeleble que deja la orfandad. Los Tres Mosqueteros, como Óscar hace llamar al grupo después de leer a Alejandro Dumas, habrán de pasar noches en vela, habrán de enfrentarse a la prefecta Anita, superar envidias y rechazo, la muerte y el amor que también los acecha. En El niño que fuimos, ellos mismos nos llevarán de la mano por su infancia y la dura separación como una segunda gran pérdida. Veinte años después, ayudados por las redes sociales, se encuentran, se abrazan, se besan como una familia, se miran los tres, una mujer y dos hombres hechos y derechos. A pesar de que Román es un exitoso diseñador de zapatos; Óscar, un prestigioso arquitecto y profesor universitario; María una gran bailarina y coreógrafa, siguen siendo los mismos niños perseguidos por sus miedos de la infancia. Román tiene tics nerviosos, pues “de chingadazo le cayeron el placer, la culpa, el abuso y la identidad sexual”; Óscar, aunque secretamente sigue enamorado de María, tiene una conducta compulsiva sexual que lo pone al límite, y María, embarazada de Paolo, no sabe si perdonar su infidelidad y, de algún modo, perder la familia que ha construido. Juntos de nuevo, enfrentarán retos y venganzas que los confrontarán con su pasado. El niño que fuimos, una novela llena de referencias literarias: El llamado de la selva, Colmillo blanco, El barón rampante, Las aventuras de Tom Sawyer, Veinte mil leguas de viaje submarino, Oliver Twist; una novela tanto de iniciación como cíclica, en la que los personajes luchan por evadir su destino, ser dueños de sus propias decisiones y no de aquellas que las circunstancias de la vida les tiene preparadas. Así, Román decide cobrar venganza del político priísta de medio pelo que abusaba sexualmente de él. Óscar, antes de enfrentarse al amor que siente por María tendrá que resolver su conducta sexual y sobre todo, su gran dolor, ¿habrá sido él el causante de la muerte de su madre? Así como María tendrá que resolver o disolver su matrimonio. En El niño que fuimos, una novela íntima, Alma Delia Murillo, inspirada en hechos reales: las niñas del internado Gertrudis Bocanegra del Lazo de la Vega, donde ella creció, nos muestra un mundo que confronta y peligra, pues al final advierte que ese tipo de “colegios internados están en peligro de extinción, pues cada vez reciben menos recursos federales; en un país con tanta desigualdad como México, son trinchera de incontables madres solteras y salvación de niños huérfanos o provenientes de un entorno familiar difícil”. Cualquiera diría que el niño que fuimos tiene fecha de caducidad, sin embargo, Alma Delia Murillo en El niño que fuimos nos vuelve a la remota infancia, desde “la adultez, prueba interminable para ver si somos capaces de cumplir los pactos interiores que hicimos cuando éramos niños”, rescata a un trío de infantes perdidos, convertidos en superhéroes de su destino.

FRAGMENTOS

«El 11 de septiembre de 1986 Román tenía ocho años y entraba —tarde, las clases habían comenzado el 2 de septiembre— a segundo año de primaria en el Internado Número Uno Gertrudis Bocanegra del Lazo de la Vega. Qué pedazo de nombre y qué pedazo de lugar. Una construcción impresionante en la colonia Del Valle que había sido conocida como la Hacienda de San Borja y que fue ocupada por una orden jesuita hacia el año 1700, después se transformó en convento teresiano y finalmente, en 1935, fue expropiada por el general Lázaro Cárdenas, que ordenó convertirla en internado para albergar a los niños y niñas que la revolución había dejado huérfanos. Si Román le tenía tanto odio a su tía Guillermina fue porque ella y el marido se encargaron de vaciar las cuentas de sus padres, dejando sólo el fideicomiso educativo que se salvó de milagro, pues estaba asignado específicamente para ser liberado hasta que Román eligiera universidad y para eso faltaban todavía muchos años. Una vez que no hubo más recursos de los que despojar al niño, Guillermina y su esposo buscaron una institución para deshacerse de él. En el DIF no lo recibieron porque Guillermina y su marido no encontraron la manera de explicar por qué ellos mismos no podían hacerse cargo del pequeño. Buscaron algunos sitios fuera de la ciudad, pero no tenían ánimo de hacer el viaje ni de gastar dinero. Así es como fueron a parar al departamento de servicio social del internado para una entrevista de admisión.» «María no había corrido con la misma buena suerte que Román y Óscar. La prefecta de su dormitorio, Anita, era una mujer nervuda, toda filos, gritona y con unos cambios de humor tan impredecibles que hacían que las niñas vivieran con el corazón en una cornisa, siempre a punto de saltar. Pero eso no era lo peor: tenía tal obsesión por la limpieza que rayaba en la psicosis con todos los temas de higiene. —A ver, niñas, quedan cinco minutos para apagar la luz, si alguien no se ha lavado los dientes, corran a hacerlo pero ya. Los pasitos de cuatro distraídas, entre ellas María, sonaron rumbo a los baños que estaban fuera del dormitorio. Anita se apareció haciendo una especie de marcha militar atrás de las niñas mientras éstas se cepillaban los dientes. —Voy a contar hasta veinte y durante ese tiempo deben cepillarse los dientes de arriba, con fuerza. Uno, dos, tres, cuatro… La miraban por el espejo y obedecían. Cuando el conteo llegó hasta el número veinte, una de ellas escupió sangre, se asustó y comenzó a llorar. —A ver, becerro, ¿te calmas? Si no dejas de llorar no puedo saber qué pasó —sentenció Anita—. Las demás sigan, vamos ahora con los dientes de abajo, después tallen las muelas en círculo y al final la lengua que se las voy a revisar, la quiero bien lavada. Hay que irse a la cama con los dientes limpios para evitar las bacterias. Acataban las órdenes lo mejor que podían, sin preguntar para no llamar la atención.» «Toda la calma que Óscar había logrado con la carrera se veía alterada por los irritantes mensajes salpicados de “No seas amargado” y “Ya bájale, neuras, ven a divertirte con nosotras”. Odio repentino hacia sus amigos, ¿por qué no lo dejaban en paz?, maldita la hora en la que se le había ocurrido contactar a Román. Había también un mensaje de Ceci, sólo para saludar, y otro de Sara, una de sus alumnas que lo invitaba a tomarse una cerveza con ella: le había tomado especial cariño porque era inteligente y desinhibida y por una torpe pátina de identificación. Sara era huérfana, aunque una huérfana muy distinta de lo que él había sido, pensaba: la orfandad es igual de dura para todos, pero sus implicaciones no escapan a las diferencias insalvables de las clases sociales. Apagó el teléfono y entró a la regadera. Que se fueran todas al carajo. Luego del baño y de la cena, ya en la cama y con el libro en turno sobre el regazo, se dijo que era un imbécil, un bruto relacional que no sabía siquiera conseguir una pareja sexual para desahogar la tensión cotidiana. Dio un par de vueltas en la cama, incómodo, acalorado, peleando con su deseo hasta que no pudo más y se masturbó pensando en Sara y, contra su voluntad, también en María.»


SOBRE LA AUTORA

Alma Delia Murillo (Ciudad de México, 1979) ha publicado la novelaLas noches habitadas (2015) y el libro de cuentos Damas de caza(2010). Autora de la columna sabatina “Posmodernos y Jodidos” en SinEmbargoMx. Amante irracional de la Ciudad de México, las palabras y el sentido del humor. Aunque estudió Literatura Dramática y Teatro en la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM), es una Godínez rehabilitada luego de veinte años de trabajar en el inenarrable infierno de los corporativos.

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