Un salto que valió, sin lugar a dudas, la espera.
En un año de películas y series de superhéroes fascinantes y diferentes parecía difícil, sino es que imposible, considerar alguna como la mejor. La posible lista, de existir, que recoge a las mejores de la especie, enlista títulos reivindicadores –gracias Zack Snyder, James Gunn, en verdad gracias por dignificar a la DC- tanto como historias por las que nadie habría apostado hace algunos años –aquí entran con brillantez en escena D.D. Cretton o Chloé Zaho, de la casa de las ideas- y que ahora rebosan de un justo reconocimiento y una sólida posición en el catálogo de un género al que ejemplifican como uno nada desprovisto de mérito. Sus pares en la pantalla chica, al mismo tiempo, han seguido férreamente este buen ejemplo y han conseguido lo propio hasta ganarse un lugar en los corazones y las charlas de autobús o bar del que ahora podríamos considerar el fandom más exigente y devoto que existe. Es, repito, difícil imaginar un año en el que la competencia por el título del primer puesto fuera más dura. O cuando menos lo fue hasta hace unas pocas horas, porque Peter Parker vino a cambiarlo todo.
Y es que nadie, absolutamente nadie, podría negar en este momento que Spider-Man: No Way Home (John Watts, 2021) se ha ganado, con la más alta nota, el puesto de la mejor película de súper héroes del año. Una de las mejores en su tipo de la historia. Y el mejor trabajo de Marvel a la fecha –con todo lo que cada una de esas palabras implica.
La responsabilidad era mucha. Hasta el cansancio se especuló sobre la naturaleza de la historia –o historias según los rumores iniciales- que idealmente retomaba la esencia de esa espectacular Spider-Man: A New Universe (Ramsey, Persichetti Jr., Rothman, 2018) más un poco de aquí y allá del UCM al que le hemos seguido la pista por más de diez años. También quedaban las abundantes dudas y acaloradas críticas que las dos entregas anteriores de este nueva y tecnológica arañita habían suscitado entre el público nostálgico que extrañaba al paria y ensimismado Parker de las series animadas o las películas de Sam Raimi o Marc Webb y los defensores que llenaron de vítores y llanto las salas cuando el portal se abrió y reapareció el joven pupilo de Tony Stark en aquella desfachatez asombrosa llamada End Game de los Russo (2019). Se cuestionó a antiguos protagonistas, a productoras, a todos. Se revisaban teorías, se hojearon historietas y se diseccionó con bisturí cada historia o ramificación de historia que existe. Y nadie tenía muy clara que podría resultar de todo ello. Solo se podía decir con certeza que todo podía ser alucinante o una abrumadora decepción. La suposición, tarea de todos los días, era un juego de ruleta rusa que requería paciencia, minuciosidad, mucha inventiva y un golpe de fe.
Un salto que valió, sin lugar a dudas, la espera.
El trabajo, digno de orfebre, que realizaron en la confección de cada minuto en pantalla ha dado como resultado la mejor película que se haya podido realizar sobre el héroe favorito del mundo. La continuidad y la transformación –por más paradójico que resulte- de la mirada de Watts sobre el personaje de Stan Lee y Steve Ditko es sobresaliente y digna de aclamación antológica, desde el instante primero, cuando la pantalla aún es oscura y hasta la primer y profética post-créditos. Las actuaciones del reparto principal resultan incuestionables, sensibles y naturales –bien por Holland, Tomei, Zendaya y todos –guiño- los otros, porque en esta orquesta ninguno ha desafinado y nadie sobra. Y ni qué decir del trabajo de documentación, de recolección de personajes y tramas y su inserción en la historia actual que seguimos todos en ese fantástico guion lleno de referencias nostálgicas y valía inspiradora - ¿Hablo por todos al decir que queremos abrazar a Erick Sommers y Chris Mckenna en este momento’?
La suma de estos tres puntos juega un papel importantísimo en la confección de cualquier cinta, eso es sabido por todos, pero aquí rebosan de una particular solidez que no se había visto en la franquicia. Este es el primer Spider-Man de Marvel que se siente como Spider-Man. Uno que no necesita trajes elaborados, ni la mentoría de millonarios excéntricos, ni nada de todo aquello que no está mal, pero no se terminaba de sentir como el lugar adecuado para el trepamuros. Al fin hay en pantalla un Parker que no es un chiste ni un inmaduro. No hay más romanticismo irrelevante que confrontación y madurez. El arácnido queda lejos de su papel secundario de secuaz caricaturesco para convertirse en un verdadero héroe. ¡Y qué manera de dejar atrás esa etapa! No pudo haber una forma mejor, más clara, más gratificante de cerrar un ciclo y comenzar otro que esta, un homenaje a su mitología individual que da siempre en el clavo.
Por supuesto que no hay cosa perfecta, y aquí hay puntos no tan brillantes. La musicalización de Michael Giacchino es sutilmente floja, mucho más que en otras entregas, incluso con la incorporación de algunas piezas de los filmes hermanos hechas por Danny Elfman o James Horner, lo que sorprende dada la habilidad efectista del norteamericano musicalizador de joyas como Up (Pete Docter, 2009) o Jojo Rabitt (Taika Waititi, 2019); algunos puntos de la entreverada trama no son lo suficientemente claros para un público neófito, lo cual empieza a reducir a las películas marvelitas a un mercado instruido en sus formas y temáticas y puede generar recelo en uno no tan familiarizado; y ciertamente algunas secuencias y escenarios carecen un poco de la espectacularidad que algunos pudiéramos haber esperado o son absorbidos por el sofisticado y bien logrado CGI, huella dactilar de la compañía. Aunque nuevamente esto es mínimo comparado con el resto que se nos da.
Así que sí, el resultado vale cada exigencia tanto del público a sus creadores como viceversa. Al punto en que uno siente, en esa suerte de arrebato y extrema felicidad con la que sale de la sala, que es quién queda debiendo. “Quizá debimos gritar más”, “no lloré lo suficiente”, “¿y ahora donde se pone lo encontrado?” son algunas de las cosas que sigo pensando mientras escribo estas líneas. Las emociones que bombardean a los sentidos en los momentos precisos son de esas que uno guarda para contarlas en años venideros. El deseo de reencontrarlas oblitera totalmente la inconformidad que por instantes se percibe en las dos horas y fracción de metraje. Y aunque algunos detractores señalaran en ella la innegable firma de Disney, la osadía de replantearse lo que trabajosamente comenzaba a aceptarse o cualquier otra minucia que surja con sus posteriores revisiones, se puede afirmar con total seguridad que en esta tercera entrega sí hay camino a casa, Peter ahora está en casa.
Comments