Antes de que se conformaran las Naciones Unidas, antes de la OTAN —mucho antes de que el asesinato del Archiduque Franz Ferdinand desencadenara una serie de eventos que llevarían al mundo a verse inmerso en este conflicto—las naciones occidentales habían actuado principalmente en favor de sus propios intereses. Los países nunca habían dejado de lado el nacionalismo en pos de un bien mayor para la comunidad. Por esa razón, la Primera Guerra Mundial unificó en muchos sentidos a Occidente y se convirtió en la base de la sociedad moderna.
Una onda expansiva mundial que hizo que la humanidad confrontara nuestros intereses e ideales comunes y los valores compartidos; la Primera Guerra Mundial exigió un sacrificio impensable—invocando el honor, el deber y la fidelidad al país de una generación responsable. El impacto de la guerra, y particularmente su efecto sobre los jóvenes soldados a los que se les pidió levantarse en armas y defender sus naciones, ha intrigado al cineasta Sam Mendes desde que era un niño.
La idea para 1917 surgió de las historias que el abuelo de Mendes, el difunto Alfred H. Mendes, compartió sobre el período que se desempeñó como cabo interino en la Primera Guerra Mundial, así como sobre los interesantes personajes que conoció durante su servicio. En el año 1917 Alfred era un joven de 19 años que se alistó en el ejército británico. Debido a su pequeña estatura, el soldado de cinco pies y cuatro pulgadas fue elegido para ser un mensajero en el Frente Occidental.
La nube en La Tierra de Nadie—la tierra no reclamada entre las trincheras aliadas y enemigas en la línea del frente que ninguno de los lados cruzó por miedo a ser atacado—medía aproximadamente cinco pies y medio, por lo que el veloz joven podía llevar mensajes por los costados, de puesto a puesto. Su baja estatura implicaba no ser visible para el enemigo, y literalmente corría por su vida. Durante la guerra, Alfred resultó herido y estuvo expuesto a gases, y recibió una medalla por su valentía. En sus últimos años de vida, el novelista trinitense se retiró a su lugar de nacimiento en las Indias Occidentales, donde escribió sus memorias.
“La Gran Guerra siempre me ha fascinado, tal vez porque mi abuelo me contó sobre ella cuando era muy joven, y tal vez también porque en esa etapa de mi vida, no estoy seguro de haber registrado el concepto de guerra antes,” dice Mendes. “Nuestra película es de ficción, pero ciertas escenas y aspectos de ella se basan en historias que él me contó y otras que me contaron sus compañeros soldados. Esta simple semilla de una idea—de un solo hombre llevando un mensaje de un lugar a otro—se quedó conmigo y se convirtió en el punto de partida para 1917.”
Mendes dedicó tiempo a la investigación de relatos de primera mano de esa época, muchos de los cuales se encuentran en el Museo Imperial de la Guerra en Londres. Mientras tomaba notas, Mendes comenzó a compilar fragmentos de historias de valentía frente al terror; con el tiempo, comenzó a unirlos en una sola historia.
Durante esta exploración, descubrió que la Primera Guerra Mundial estuvo muy arraigada en un área geográfica relativamente pequeña, y que tenía muy pocos desplazamientos lejanos. “Fue principalmente una guerra de parálisis,” expresa Mendes, “una en la que millones perdieron la vida en un espacio de tierra de no más de 200 o 300 yardas. Precisamente la gente se volvía famosa en todas partes del mundo por haber ganado pequeñas secciones de terreno en la Primera Guerra Mundial. En la Batalla de Vimy Ridge, por ejemplo, ganaron 500 yardas, y sigue siendo uno de los mayores actos de heroísmo de la guerra. Entonces, la pregunta que me hice fue cómo contar una historia sobre un viaje épico, cuando en esencia, nadie viajó muy lejos.”
Su investigación se detuvo momentáneamente cuando Mendes descubrió lo que se convertiría en el telón de fondo de su historia. En 1917, los alemanes se retiraron a lo que se conocía como Siegfriedstellung, o la Línea Hindenburg. Después de seis meses de planificación y excavación de un enorme sistema de trincheras de defensa y artillería profunda, los alemanes situaron una vasta cantidad de tropas—que alguna vez estuvieron extendidas sobre la línea de frente original que era mucho más larga—en una nueva línea de defensa condensada e impresionantemente fortificada.
El cineasta analiza cómo encontró la narrativa propulsora de lo que se convertiría en su mayor desafío hasta la fecha. “Hubo un breve período en el que, durante varios días, los británicos no sabían si los alemanes se habían retirado, replegado o entregado,” relata Mendes. “De repente, los británicos quedaron a la deriva en una tierra por la que literalmente habían pasado años luchando...pero que nunca habían visto antes. Gran parte de ella había sido destruida por los alemanes, que no dejaron nada de valor duradero, destruyendo todo lo que pudiera sostener al enemigo. Cualquier elemento que tuviera un significado de belleza fue eliminado o destruido; pueblos, ciudades, animales, comida. Todos los árboles fueron talados. Se volvió relativamente impasible. Los británicos estaban solos en esta tierra desolada llena de francotiradores, minas terrestres y cables de viaje.”
Inspirado por los fragmentos de las historias de su abuelo, los relatos en primera persona que había investigado en el Museo Imperial de la Guerra—así como la idea de la operación mortal en la Línea Hindenburg—Mendes diseñó la estructura de la historia que se convirtió en la película 1917. “Como la mayoría de las historias de guerra que admiraba, desde All Quiet on the Western Front hasta Apocalypse Now, quería crear una ficción basada en hechos,” señala Mendes. Se acercó a su frecuente colaboradora Krysty Wilson-Cairns, quien, sin que Mendes lo supiera en ese momento, es una autoproclamada "nerd de la historia" y era ideal para conseguir el material, y ahí comenzó su aventura.
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