En La Sustancia, Coralie Fargeat se impulsó más allá de cualquier límite para crear un monstruo de su premisa
Esta semana se estrena en cines La Sustancia, cinta escrita y dirigida por Coralie Fargeat (Venganza Siniestra) con dos grandes estrellas como protagonistas: la consagrada Demi Moore (Ghost: La sombra del amor, Una propuesta indecente) y la estrella en ascenso Margaret Qualley (Érase una vez en Hollywood, Pobres Criaturas) cuyo nombre habíamos visto apenas hace unas semanas con Tipos de Gentileza.
La premisa de la cinta es simplemente seductora en más de un sentido: Elisabeth Sparkle (Demi Moore) es una estrella con una carrera forjada y un programa de televisión que es despedida el día de su cumpleaños por el ambicioso Harvey (Dennis Quaid) quien desea renovar el show con una cara nueva… una más joven. Desesperada, Elisabeth recurre a un misterioso producto que promete una mejor versión de ella (Margaret Qualley) con una sola condición: respetar el equilibrio.
Estéticamente hablando, la cinta es una joya, la fotografía de Benjamin Kracun sabe explotar cada uno de los opuestos presentados en la cinta: lo precioso rebosa de vitalidad, gozo y euforía; lo feo se torna aberrante, incómodo, doloroso. Hay cierta poesía visual en varias de las tomas y los montajes que nos permiten acompañar a la protagonista a lo largo de su caída en desgracia, con varios momentos que probablemente más de uno podrá sentirse identificado, tenga la edad o el aspecto que sea.
Si Margot Robbie no era precisamente la indicada para mostrar una mujer con defectos en Barbie, Demi Moore encaja perfectamente para mostrarnos a una persona que pese a entrar en los estrictos canones de belleza, tiene que luchar y dar más allá de sí para permanecer relevante. Esa tensión silenciosa que termina por erradicar su seguridad y amor propio. Por su parte, Qualley es un interesante contrapeso que representa una dualidad compleja para Elisabeth siendo su principal rival, pero también su mayor virtud. Ambas saben muy bien llegar a las consignas que se le piden a cada una.
La película se surte de toda clase de recursos para hablar de temas complejos: la comedia, el absurdo, la metáfora, la composición de la imagen, pero también el shock value y el gore de tal modo que, al igual que sus protagonistas, la cinta no tiene límites ni tapujos a la hora de mostrar escenas cargadas de sangre, tripas, huesos y toda clase de combinaciones entre ello. En buena medida se puede decir que la cinta se hizo para incomodar, logrando que incluso algo tan simple como la comida pueda volverse repulsivo.
Así pues, la esencia de la película es el exceso y el desenfreno, lo que también es un reflejo de lo que busca criticar: una sociedad que consume a las personas de una forma voraz y nos alienta a toda clase de excesos para compensar ese vacío. No obstante, esta abundancia sensorial puede resultar molesta para muchos, en especial las personas más susceptibles o que son propensas a la sobreestimulación, sobra decir que probablemente las personas con algún tipo de TAC puedan encontrar más de un disparador a lo largo de la cinta.
Incluso la narrativa llega al exceso. El inicio y desarrollo son brutales, pero el último acto se prolonga de una manera verdaderamente dolorosa, en momentos incómoda de ver, con un final circular, casi poético, pero que llega demasiado forzado. Eso sí, en su multiplicidad tocará varias fibras sensibles sobre el edadismo, el aspiracionismo, la autoestima, el costo de la viralidad, entre muchas otras cuestiones.
En resumen, se trata de una cinta que te hará sentir muchas cosas, incluyendo varias negativas como el asco y la desesperación, quizás llevando su premisa mucho más allá del decoro que tolera la mayoría, sin mencionar que en momentos roza con lo deshumanizante. Pero decir que es un fracaso está lejos de la verdad, se trata más bien de un "monstruo" tanto en el sentido español como anglosajón: tiene tantas aristas que puede resultar tan abrumadora como fascinante. Algo es seguro, no te va a dejar indiferente.
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