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  • Foto del escritorDroideTV

Lo fantástico, lo extraño y lo recomendable del nuevo adelanto de Los Anillos de Poder

La serie estrenará su primer episodio el 2 de septiembre

El 19 de diciembre del 2001 siempre será recordado como el día en que la historia reciente del cine cambió. En aquel momento, digno de ser registrado en las efemérides de Wikipedia, el neozelandés Peter Jackson replanteó los cánones cinematográficos sobre cómo contar, no solo fantasía, sino básicamente cualquier historia en la pantalla grande. La Comunidad del Anillo y sus respectivas hermanas (Las Dos Torres [2002] y El Retorno del Rey [2003]) se han consolidado desde entonces como ―sin temor a equivocarme―la más espectacular trilogía filmada, una obra antológica del género y ―esta puede ser la parte más escabrosa de todas mis inmediatas afirmaciones―un digno ejemplo, posiblemente el mejor, de un filme que está al nivel o incluso rebasa al texto del cual es adaptado ―y con esto, quiero aclarar, me refiero a las tres novelas, y no al Legendarium en su totalidad―, en el mismo escalafón que otros clásicos como El Silencio de los Inocentes (Jonathan Demme, 1991), Desayuno en Tiffany´s (Blake Edwards, 1961) o El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972). Aun hoy seguimos admirando su belleza, calidad y narrativa; el valor de su empresa en una industria donde el exceso de desnudos, la sensiblería y la autoindulgencia son fundamentales para llenar butacas; o lo magistral de sus formidables actuaciones. En fin, no hay involucrado en la industria, academia o fanaticada del cine que no agradezca su existencia.


Ese rayo podría caer dos veces en el mismo lugar, aunque ahora para la televisión ―o el streamig, la verdad sea dicha―en un par de meses más, cuando, en ese cada vez más cercano 2 de septiembre, Amazon estrene finalmente su tan esperada Los Anillos de Poder. La serie, que ha sido tomada con la dignidad que merece ―todos recordamos lo que pasa si empujas a un equipo creativo para explotar una historia lo más posible, hacerla en un muy breve espacio de tiempo y con claros fines netamente monetarios, ¿verdad, Warner? ―, pinta para seguir el ejemplo de sus antecesoras y delinear la nueva forma de producir estas grandilocuentes tramas ―de poco más de cien millones por capítulo, ni más ni menos― que están sorprendentemente volviendo a ser populares. Pero también plantea una serie de interrogantes sobre cómo llevar a las salas de cine una historia que difícilmente podría reproducirse en su complejidad, para una sociedad con ideas muy claras y radicalmente diferentes a aquella en la que ―y para la que― fue escrita y que es al mismo tiempo, tan exigente y nostálgica con aquello que considera valioso como la nuestra, que puede llegar al extremo del del boicot y la cancelación si no se siente complacida. Por todos lados, una aventura como esta es un arma de doble filo que puede resultar increíblemente bien o puede dejar muy mal parada ―y no solo económicamente― a la productora de Andy Jassy.



Ahora bien, el hermetismo con el que se ha llevado la producción no ha hecho más que acentuar las inquietudes. Y, si bien es cierto que en los últimos meses se han presentado diversos avances, todos ellos brevísimos y enigmáticos, que intentaron apaciguar las aguas, no ha sido sino hasta hace unos días, cuando se lanzó por fin un trailer completo, que tuvimos un poco de luz, gracias a la cual surgen esta serie de notas y reflexiones hiladas desde la emoción y la incertidumbre. Pues, como toda luz ―y sobre todo aquella que es fruto de los árboles de Valinor, una de las primeras hermosas imágenes del adelanto―, este avance puso al descubierto minucias que dejan sinsabores, alegrías y mucha curiosidad.


LO FANTÁSTICO está por todos lados, literalmente. Y es que primero lo primero: sí en algo acertó Jackson con su trilogía original ―y olvidó totalmente en ese error llamado El Hobbit (2012)― fue en el tratar la historia escrita por Tolkien, allá a principios del siglo pasado, no como una novela fantástica, sino como una especie de evento histórico. Es notorio que dicha máxima terminó por influir hasta en el más mínimo detalle en su obra. De ahí que, aun sabiendo que ese mundo llamado Tierra Media no estuvo nunca aquí, se sintiera como si lo hubiese estado. Lograr convertir la ficción en una especie de antecedente universal de la sociedad y la cultura es algo aplaudible por sí mismo; que eso sea solo una palomita en el listado de éxitos de tu película permite entender hasta dónde llega la brillantez de Jackson en el tiempo. Desde los rincones menos relevantes de Bolsón Cerrado hasta la alucinante escena de la coronación en Minas Tirith, cada plano, cada toma parecía registrar un fragmento de nuestro mundo, nuestra historia―o bueno, las de Europa, porque hay que recordar que, según este género, todos vivimos en Europa― de forma gloriosa. La fotografía de Andrew Lesnie, el vestuario de Ngila Dickson y la musicalización Howard Shore fueron las mejores herramientas para que todo aquello resultara un deleite imaginario bien consagrado y al mismo tiempo una especie de rumor para nosotros, algo que pensamos que estuvo ahí, en algún momento, esperando a que lo reencontrásemos.



Ahora, por lo que se puede observar en el trailer de la nueva producción de John D. Payne y Patrick McKay, está fue la primera lección a repasar. Y ahí puede estar su primer gran acierto. En poco más de dos minutos, podemos ver montañas inmaculadas, profundos valles, océanos llenos de furia, bosques abundantes de vida y utópicas ciudades creadas con tal magnificencia que de nueva cuenta parecieran estar en algún lugar escondidas, burlándose de lo imposible que resulta para los cochecitos de Google entrar a fotografiarlas, invitándonos a buscarlas, y al mismo tiempo parecen ser producto de nuestros sueños mejor logrados. Se nota de lejos que gran parte del capital invertido se ha ido al diseño de producción, algo que ningún fanático, y aquellos que no lo son tanto, podrá pasar por alto. Está claro también que se siguen los bocetos del mismo autor y de la franquicia del 2000, dándole continuidad a lo ya hecho ―la arquitectura de ese reino en el bosque, que no me atrevo a señalar en el canon aun, pero podría ser Doriath, Lindon o Eregion, es notoriamente similar a la de Rivendel y esos puertos numenoreanos son claramente parecidos a las ciudades de Gondor―, algo que también agradecemos. La producción, sin más, promete ser un espectáculo audiovisual formidable, de esos que arrasan con premios o que sirven de base para los adictos al Minecraft. Todos los que crecimos con estas historias esperábamos ―rogamos casi― por la posibilidad de seguir explorando más y más de Beleriand, Númenor o Valinor, y aparentemente hemos sido escuchados, pues, aunque no podremos verlo todo de este mundo ―ya hablaremos de eso más adelante―, sus realizadores prueban que, aun al trabajar lo más posible con lo poco que se tiene de un mundo tan basto, aquí cantidad sí es sinónimo de calidad. No por nada es la serie más costosa de todos los tiempos.


Por su parte, LO EXTRAÑO es lo inevitable, y por ello hay que recordar ese viejo y popular consejo que dice que no es inteligente tapar un pozo abriendo otro. En este caso, me parece que el trailer pone los reflectores sobre inquietudes que se habían presentado desde el momento en que, luego del primer ¡harán una serie sobre las historias del Tolkien! ―léase con felicidad― vino el ¡harán una serie sobre las historias de Tolkien! ―y este con nervios― hace ya un tiempo. Veíamos venir la serie de elementos que se incorporarían como algo lógico y necesario ―hablamos de eso líneas abajo―, pero quizá jamás esperamos cosas tan rebuscadas, sinsentido o antitolkianas como las que recientemente descubrimos.



En un primer instante, y para comenzar con algo, está la anticipada, pero totalmente forzada aparición de los hobbits, un recurso que por supuesto no iban a dejar guardado ―son personajes reconocibles más allá de las fronteras de su propio mundo―, pero que sí pudieron haber hecho aparecer en un momento más coherente; estos pelosos, sus ancestros, y que aquí tienen entrada, a fin de cuentas, no tienen ninguna participación en los eventos de La Segunda Edad que sea rememorable y su presentación en el adelanto es más parecida a la que imaginamos de uno alcoholizado en El Dragon Verde, en Hobbiton, que el de nómadas antepasados del hedonista y ceremonioso Bilbo. Pudieron haber sido introducidos en los últimos momentos de la serie, para vincular las tramas de ambas edades o quizá desde el principio, pero no de este modo, violando la naturaleza individualista y comodina que tanto los caracteriza, en favor de la búsqueda de la aventura que jamás habrían buscado.


Otro asunto difícil de procesar viene como continuación de las últimas palabras de la idea anterior: el cambio de personalidades es mucho más problemático que, por ejemplo, el de apariencias, donde si se ha puesto el dedo. Así como los hobbits de Tolkien jamás habrían renunciado a sus comodidades, Galadriel no se caracterizó nunca por ser vengativa o parecer un personaje femenino de Assassin's Creed ni Elrond por buscar la amistad de los enanos y formar una alianza al más puro estilo de Nick Fury. Estos personajes llegaron a tener el rol que tuvieron por las circunstancias mismas de hechos que estaban totalmente fuera de su control. Fueron, en todo caso, participes de ello por anexión o consecuencia, pero nunca como resultado de una epifanía subversiva ante la naturaleza misma de su propia raza (¡vamos, que ni Elrond era seguidor de Fëanor ni Galadriel la inspiración de Éowyn!). Y eso solo por mencionar algunos casos en los que todo lo que entendíamos del orden de las cosas de Tolkien se tergiversa problemáticamente en esta adaptación. Los grandes eventos no salen menos raspados, como ese viaje jamás realizado por la hija de Finarfin a Númenor, su cacería de orcos y otras cosas inclasificables aún en las montañas ―el suyo es el personaje que más muero por ver y también el que más me preocupa―, y ni hablar de lo que parece ser una especie de romance con un náufrago que me recuerda ―y no para bien― a Tauriel y Killi. No era para nada necesario cambiar la naturaleza de los personajes, porque al haber aceptado ya que esto no es un calco fiel de lo escrito, sino un antecedente de lo que vimos hace veinte años, pudimos aceptar adhesiones inevitables, más no transgresiones de fundamentos básicos en todas las tramas contadas sobre estas leyendas. No sé qué pensar, por ejemplo, sobre la reina enana cantándole a las piedras de Khazad-dún para, en una surte murcielaguezca, saber dónde excavar o de los ¿hombres? nómadas con alas hechas de cuernos de alguna especie de alce gigante.



Y en ese tenor, no hay palabras sobre aquello completamente fuera de proporción, como el misterioso hombre meteorito que da hilo al trailer y se presenta como el gran misterio de la temporada. ¿Es Sauron?, ¿un vala?, ¿un maia? Porque no tiene absolutamente nada de sentido si es así; tendrían, en todo caso, que haber llegado por barco de las costas de occidente o algo por el estilo, y no del cielo envuelto en llamas en una escena dantesca por demás efectista e incoherente. Es algo tan antinatural en toda esta mitología que seguramente haría carcajear y encolerizar a su autor al mismo tiempo. En este tenor, recuperar viejos personajes, incluso resetearlos y cambiarles la esencia ―aunque esto se vuelva irreconciliable con su base literaria―, es menos grave que recurrir al absurdo con tal de darle un tono diferente a algo cuyo tono precisamente fue más que aprobado ya por todos. Desafortunadamente, por ahora solo nos queda esperar lo mejor, aunque más que promesa de emociones, suene a amenaza de desencanto. Ojalá los límites entre algo puramente entretenido ―que no tiene nada de malo― y el merecido homenaje versado en el canon no queden desdibujados tan arbitrariamente.



LO RECOMENDABLE, al final, viene de la mano de lo obvio. Y este punto puede ayudarnos a equilibrar el anterior. Hablamos de una épica que transcurre durante miles de años con narraciones acrónicas que se cruzan o a veces ni siquiera llegan a tocarse, a la que, dicho sea de paso, no se tuvo total acceso y en la que los personajes, o duran añales haciendo algo tan básico como dormir o solo figuran en instantes de incalculable valor. Recordemos siempre que Tolkien construyó desde cero todo lo que existe en su mundo y ordenó su historia como un entramado de muchas otras que buscaban más la exploración de su genialidad creativa que una organización espaciotemporal con propósitos cinematográficos, como muchos otros autores del género que han llegado al cine. Pedir, partiendo de esta premisa, que se lleve al pie de la letra lo que escribió al plato de filmación es una necedad ­―recordemos nuevamente la definición del término "adaptación"― que terminará haciéndonos enojar y privándonos no solo de esta nueva y espectacular etapa, sino también de muchas otras experiencias venideras en el cine o la tv. Amazon ni siquiera tuvo acceso a todos los textos del británico ―solo a aquellos que sean retomados o rocen al Señor de los Anillos en algún punto―, así que buscar con lupa las conexiones y referencias al Silmarrillon y demás narraciones, cuentos y apéndices es un ejercicio estéril, purista e innecesariamente antagónico. Ya los mismos productores señalaron que, para que esto fuese rentable ―que al final es un negocio―, el argumento requirió de una necesaria reescritura, la creación de nuevos personajes y tramas y un reordenamiento de la secuencia temporal de toda esta edad, que abarca poco más de tres mil años, desde La Guerra de la Cólera hasta La Batalla de La Última Alianza.


Y esa misma cortesía debe ser extendida a los personajes y su aspecto ― ¿cómo es que en pleno siglo XXI seguimos rechazando la piel o el cuerpo de alguien solo porque no nos es atractivo o no se parece a nosotros? ―, que tanta polémica han causado. Tolkien, en todo caso, llevó la sentencia en su temporalidad y sus cánones de belleza, estética y voluntades son heraldo de su fe y su tiempo. Aferrarnos a ello en estos días no tiene ninguna utilidad, ni es respetuoso o nos da algún mérito. Y si bien, no hay manera de justificar, por ejemplo, la existencia de elfos de piel oscura, romances interraciales tan dramáticos ―Aragorn tampoco era tan humano que digamos― o algún otro asunto que vaya saliendo capitulo a capitulo, lo cierto es que todo puede ser producto de una relectura de conceptos, como el de los elfos oscuros ―los que no vieron la luz de los árboles―, o cuestiones más ceñidas al canon que quieren profundizarse, como la historia de Beren y Lúthien, que es el camino ―nos guste o no― que parece tomará la futura dama blanca de Lothlórien. Hay varias certezas que son innegables sobre esto: como el que los actores fueron seleccionados por su habilidad para representar a sus personajes; que las historias deben adaptarse a las nuevas generaciones; o lo risible que es darle importancia a cada palabra usada por el autor de una historia que siempre buscó más la alusión indirecta al valor y la amistad que la precisión sobre el color del cabello o la piel de alguien.


Así, de últimas, solo nos queda esperar ―no sin la dosis justa de impaciencia― los nuevos avances, algunos rumores y, obviamente, el estreno del primer capítulo para poder, de nueva cuenta, retomar algunas de las inquietudes enlistadas y, con café, volúmenes y volúmenes, mapas e ilustraciones en mano, discernir y adentrarnos más en este único y fascinante mundo del que no podremos ―ni querremos― librarnos en unos diez años más, como mínimo. Si los astros se alinean, esto podría ser el evento seriófilo del milenio; si no, entonces habrá mucho tema sobre la mesa de discusión. Lo verdaderamente cierto es que, pase lo que pase, tenemos Tolkien para rato, con todo lo que eso implica.




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