Burton utiliza efectos prácticos y su extravagante imaginación para regresar al mundo de los muertos en Beetlejuice Beetlejuice
Este fin de semana se estrena Beetlejuice Beetlejuice, la segunda parte de una de las cintas más icónicas de Tim Burton, quien regresa a la dirección con Alfred Gough Miles Millar (Merlina, Spiderman 2, Smallville) y Seth Grahame-Smith (Eso, Orgullo Prejuicio y Zombies, Sombras Oscuras) en el guión, sin mencionar el regreso de una buena parte del elenco original y la adición de Jenna Ortega, Monica Bellucci y Willem Dafoe.
La cinta nos muestra a Lydia (Winona Ryder) ahora adulta con su propio show de televisión manejado por su representante y pareja (Justin Theroux). Cuando una tragedia golpea su puerta, tendrá que reunirse con su madrastra Delia (Catherine O’Hara) y su hija escéptica Astrid (Jenna Ortega) y regresar a la casa donde comenzó todo. El mundo de los muertos tampoco se está tranquilo, pues una misteriosa dama ha aparecido para cazar a Beetlejuice (Michael Keaton) mientras este intenta terminar lo que empezó hace años.
En lo personal, tengo sentimientos encontrados con esta cinta. La música de Danny Elfman es increíble, con una selección bastante atinada que le brinda un encanto memorable a más de una escena. La fotografía de Haris Zambarloukos sabe posicionarse entre lo nostálgico y lo moderno con colores vividos y oscuros al mismo tiempo, así como la estética que gusta Burton.
Asimismo, los efectos prácticos y el diseño de personajes es sensacional, crudo e irreverente, con algunas creaciones bastante grotescas que se las arreglan para ser cómicas, sin mencionar que Monica Bellucci luce como un ángel del inframundo. Estéticamente, hay muchas autoreferencias y ligeros homenajes a trabajos previos de Burton. En cierto modo, regresa cierta picardía que hace tiempo que no se veía en el cine, salvo sus debidas excepciones.
Mi problema principal es el balance en los personajes y las tramas que se manejan, pues ocurren dos historias paralelas y subtramas que uno esperaría que conectaran para el gran final, pero terminar por yuxtaponerse entre sí de una forma muy accidentada. La trama de Delores se siente metida a la fuerza, incluso la resolución se siente apresurada al borde de lo ridículo, incluso se agregan más y más problemas que se resuelven simplemente porque es necesario acabar con la cinta.
Narrativamente hablando, hay mucho caos y desorden difícil de justificar y más aún de condensar en dos horas de película, es más como un collage de momentos cómicos, la rutina de un comediante que regresa a los escenarios. Mi mayor problema es el personaje de Lydia, al que muchos recordamos como una adolescente inquieta con una mente afilada; creo que es muy humano perderse a sí mismo e incluso caer en situaciones que jamás pensamos, me hubiera gustado que se explorara más ese tenor y hubiera una evolución del personaje, pero el enfoque principal está en la familia, lo cual no está mal, pero nos deja deseando ver más.
En general es una cinta entretenida que sabe mantener el toque que hizo grandiosa a su antecesora, a la vez que se actualiza y aborda algunos temas modernos como la fama, las nuevas masculinidades, la codependencia y más con los que más de uno puede sentir cierto gusto con la manera en que se desarrolla la cinta. Si bien he dicho que narrativamente hablando es caótica, también es cierto que apunta más a un homenaje en el que abarca tres generaciones distintas, en ese sentido va tejiendo guiños aquí y allá de una forma preciosa. Una cinta para ver en familia o amigos (siempre que los más jóvenes sean adolescentes enfadados).
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