Corría el año de 1810, el pueblo de la Nueva España, sobre todo los criollos, estaban hartos del mal gobierno, de los abusos cometidos por 300 años de parte de la corona española y sus secuaces: Los peninsulares. La madrugada del 16 de Septiembre de 1810, el sacerdote Miguel Hidalgo Y Costilla junto con el capitán Ignacio Allende convocó a las armas al pueblo en el atrio de la parroquia de Dolores.
El ejército improvisado por campesinos, jornaleros, ganaderos y gente del campo y del pueblo tomó Dolores, matando españoles y liberando prisioneros de las cárceles. Cuando tomaron el pueblo, había cerca de 600 campesinos armados con picos, machetes y azadas.
Avanzaron hacía Atotonilco donde Hidalgo tomó el estandarte de la Virgen de Guadalupe. Los insurrectos avanzaron por San Miguel, Celaya, Salamanca, Irapuato y Silao. Pero al llegar a Guanajuato suscitó un hecho terrible escrito con sangre en la historia.
Cuando el ejército campesino penetró en la ciudad, el intendente Juan Antonio Riaño decidió desistir el empuje de los rebeldes y se refugió en un edificio recién construido destinado a usarse como Alhóndiga, junto con las familias españolas. Defendieron el edificio, pero la horda incontenible logró penetrar quemando la puerta y la improvisada fortaleza fue tomada; después de consumarse una terrible matanza de los 200 soldados realistas y 105 españoles habiendo entre ellos mujeres, niños y ancianos…
Cuando Eduardo terminó de contarle ésta historia a Juan, el nuevo guardia de seguridad nocturno de la Alhóndiga, cerró la puerta principal constatando que estuviera bien cerrada.
-¿Crees en fantasmas?- Preguntó Eduardo a Juan.
-Sólo creo en lo que veo- Contestó escéptico
-Bueno, entonces creo que hoy verás- dijo Eduardo medio burlón.
Eduardo era el jefe de guardias de seguridad, y tenía tantos años en la Alhóndiga que podría recorrerla con los ojos vendados. Hizo el recorrida de cada dos horas para que Juan se familiarizara con las salas, el patio, las puertas principal y lateral, los baños y las escaleras. También recorrió con él el recinto de los héroes de México, donde están los rostros de algunos héroes de la Independencia de México; Hidalgo, Allende, Aldama, Morelos, entre otros.
-La mayoría se asusta al ver las enormes caras de éstos señores. Pero como tú eres todo un hombre, no creo que sea tu caso- le dijo Eduardo con tono burlón.
-Claro que lo soy- contestó de mala gana Juan.
Terminaron el recorrido, Eduardo le entregó las llaves a Juan.
-Tu turno termina a las 8 de la mañana. A esa hora llega el guardia del turno matutino; a él le entregas las llaves y el registras tu hora de entrada y tu hora de salida en la bitácora- indicó Eduardo tomando su chamarra y encaminándose a la puerta lateral. Abrió la puerta y salió, antes de marcharse le dijo a Juan:
-Buenas noches y me saludas al intendente Riaño- Y se alejó.
Juan cerró la puerta molesto.
-Si como no- se dijo. Puso el seguro a la puerta y se dirigió a el cuarto donde pasaría la noche.
Debían ser las tres de la mañana cuando Juan se encontraba viento la tele en el cuarto de guardia, casi cabeceaba y para evitar el sueño se sirvió la quinta taza de café de la noche y se preparó para el rondín. Tomó su linterna, su gorra y su pistola y salió al patio de la Alhóndiga. Estaba tenuemente alumbrado por pequeñas lámparas ubicadas en la balaustrada del segundo piso. Recorrió las calles del patio, pero no encontró nada extraño, entró al recinto de los héroes, nada salvo los enormes rostros.
Juan se quedó mirando el rostro de Hidalgo.
-Pobre de ti, un año duró tu lucha y no pudiste consumar nuestra independencia- dijo.
De pronto un ruido llamó su atención, eran como pasos de botas que se oían en el piso de arriba, salió al patio a toda prisa y alumbró al balcón con su arma desenfundada.
-¿Quién anda ahí?- dijo. El silencio fue su única respuesta.
-Le advierto que voy a disparar si no sale-. Silencio.
Juan a toda prisa subió las escaleras, buscó en todos lados, en todos los rincones pero no encontró nada. Extrañado continuó su rondín.
Pasaba la sala de los sellos indígenas cuando escuchó como si cayeran semillas en el suelo, sintió curiosidad y miedo, pero su trabajo era revisar cada sala del inminente edificio, pero ¿cómo habría semillas ahí?, si dejó de ser bodega hacía más de 200 años.
Poco a poco abrió la puerta de la sala y entró; cuando alumbró el interior el ruido simplemente cesó.
-¿Hay alguien ahí?- llamó Juan, pero como no obtuvo respuesta alguna. Inspeccionó hasta el último rincón sin hallar nada extraño. Salió mas confundido que nunca, pues en su mente no había cábida para fantasmas y esas tonterías.
Algo molesto, porque pensaba que Eduardo había preparado todo para asustarlo terminó su rondín y volvió al cuarto de guardia para seguir viendo la tele. Pasado un rato, otro ruido se dejó escuchar, una puerta se había cerrado en la parte de arriba, extrañado porque no había escuchado a nadie y mucho menos que abrieran la puerta que a la sazón debían tener ya casi 202 años y rechinaban al abrirlas. Tomó solo la linterna y subió las escaleras. Las puertas estaban cerradas, no había nada raro, Juan dio la vuelta completa al piso superior sin encontrar nada anormal. Más molesto que antes se dio la vuelta para bajar al cuarto de guardia y se paró en seco; delante de él un hombre caminaba hacía la escalera, vestía de una manera que no concordaba con la época, más bien era un uniforme de los que usaban los soldados españoles. Caminaba pesadamente y llevaba un costal al hombro.
-Oye, amigo. ¿Cómo entraste aquí?- le dijo pero el hombre solo lo ignoró. Siguió su camino rumbo a la escalera.
-¡Alto!- ordenó Juan, pero no había reacción de parte de aquel hombre. Juan apretó el paso para seguirlo, pero pareciera que jamás le daba alcance, por mas que caminara. El hombre llegó a la escalera y comenzó a descender muy lentamente. Juan lo siguió a una distancia segura, el hombre descendió por la escalera y por un momento lo perdió de vista, se asomó por le balcón y aún lo vio dando vuelta en la parte de abajo, a toda prisa bajó para darle alcance y cuando dio vuelta en el mismo lugar el hombre con el costal a cuestas había desaparecido.
Buscó con la mirada por todos lados pero no había señal del hombre, Juan se quedó en suspenso ¿Qué había sido aquello?, no creía en fantasmas así que simplemente se dio una pequeña bofetada y se dijo a sí mismo:
-Ya estuvo bueno, te has traumatizado con todos esos cuentitos de los españoles. Mejor que ponga los pies en la tierra-
En eso estaba, cuando una puerta de los baños de la planta baja se azotó. Tomó su linterna y se dirigió hacía donde venía el sonido. La puerta se volvió a azotar, caminó lentamente hasta la entrada. Entró al baño, el fenómeno cesó en cuanto alumbró el interior, revisó los cubículos sin encontrar nada extraño. Llegando al fondo tampoco encontró nada raro, estaba por salir cuando en una esquina vio a una mujer volteada hacía la pared, sollozaba, vestía de manera de la época colonial.
-Disculpe señora. ¿Cómo ha entrado aquí?- le habló Juan acercándose. -¿Señora?- Volvió a llamar al no obtener respuesta.
La mujer volteó, Juan quedó pasmado, en uno de sus ojos había un gran agujero , y su cuello estaba cortado.
-¡Por favor! ¡No me haga daño!-. Gritó la mujer. Juan salió corriendo de ahí con el terror dominándolo, se paró en medio del patio esperando que aquel macabro espectro apareciera detrás de él, pero nunca salió, hubo un momento de silencia y Juan contuvo el aliento.
-¡Ya vienen!- se escuchó una voz
-¡Dios mío, son muchos! Exclamó otra.
Juan no comprendía lo que pasaba, pareciera que el ataque a la Alhóndiga se volvía a repetir. Quedó helado en el centro del patio y de las salas superiores salieron unas pocas personas dirigidas por un hombre vestido de militar.
La puerta de entrada fue golpeada, como sí la quisieran derribar. Al tercer golpe la traspasaron unas personas casi transparentes vestidas de campesinos que blandían machetes y picos. Los campesinos despedazaron a los del bando contrario en una sanguinaria lucha de ultratumba. Juan no daba crédito a lo que veía en aquel patio, simplemente los sucesos que habían tenido lugar 200 años atrás se estaba repitiendo, las almas condenadas a repetir su historia sangrienta una y otra vez a través de la noche de los tiempos ahora estaban otra vez asesinando a los opresores que durante 300 años los mantenía en una situación inhumana.
Cada vez caían personas de uno y del otro bando, hasta que por fin los campesinos lograron su objetivo, no dejaron a casi nadie vivo. El último que quedó en pie fue aquel vestido de militar, quien rodeado de campesinos observaba a Juan.
-Soy el intendente Riaño, y estoy condenado a repetir mi trágica muerte por toda la eternidad- dijo el espectro y Juan se acercó poco a poco hasta casi tocarlo…
A la mañana siguiente el guardia del turno matutino llegó, abrió la puerta lateral y detrás de ésta estaba Juan esperándole.
-Buenos días, aquí están las llaves y la bitácora en orden- le dijo extendiéndole un llavero y y un libro grueso.
-¿Alguna novedad?- preguntó el otro guardia.
Juan pensó en lo que había pasado la noche anterior, cuando se acercó al Intendente Riaño éste lo tocó con su mano fría de muerto y se acercó hasta su oído.
-La muerte no es el final… es solamente otro principio-…
-¿Juan?- lo llamó el guardia para sacarlo de sus pensamientos.
-No, ninguna novedad. Todo estuvo en orden- contestó con una sonrisa y salió de la Alhóndiga.
Cuando Eduardo llegó a su turno en la Alhóndiga encontró un papel en su escritorio, estaba dirigido a él y estaba firmado por Juan. Lentamente desdoblo por completo el pequeño papel, en el centro con una letra manuscrita estaba escrito una simple frase:
“Ahora creo”. Juan.
La Alhóndiga sigue en pie, ahí en Guanajuato capital. ¿Quieres saludar al Intendente Riaño?
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